El cinco de este mes falleció, a sus ochenta y dos años,
Isao Takahata, uno de los cofundadores de Estudio Ghibli, debido a un cáncer de
pulmón. Treinta años después de su gran debut en esta colaboración, desde Gen
DB queremos rendirle un poco de culto hablando de su primera película y éxito
en Japón como parte de este estudio, la
tumba de las luciérnagas, nativamente llamada Hotaru no Haka, filme que se estrenó al mismo tiempo que mi vecino Totoro el 16 de abril de 1988,
que estaba dirigida hacia los niños. Si bien es una película muy dura, la idea
original pertenece a Akiyuki Nosaka, un novelista japonés fallecido en
diciembre de 2015, al que también debería atribuírsele este pequeño espacio,
que quería plasmar sus vivencias durante la Segunda Guerra Mundial, y que fue
llevada a la gran pantalla dirigida por nuestro homenajeado.
Seita, el joven que hará de protagonista durante toda la
película, comienza su historia en un estado avanzado de inanición. Durante sus
últimos momentos, le es arrebatada una lata de caramelos que llevaba guardada, un
detalle significativo en el transcurso del largometraje. La lata, lanzada al
pasto cerca de la estación en la que descansa, levanta una tormenta de
luciérnagas bajo la que florece la figura de una niña, a la que se une una
representación del muchacho con una sonrisa al amparo de la bioluminiscencia
ambarina de los insectos. Entonces le devuelve la lata, renovada de los
achaques del tiempo, a su hermana, y salen de escena cogidos de la mano, dando
a entender la verdad evidente del momento.
La tumba de las luciérnagas está ambientada en Kobe, una ciudad
japonesa bombardeada durante la Segunda Guerra Mundial por Estados
Unidos con una lluvia incendiaria, una de las primeras escenas de la película, en
la que Seita carga con su hermana pequeña, Setsuko, para dirigirse al refugio
antiaéreo, corriendo distinta suerte que su madre.
En menos de veinte minutos, estos dos niños pierden su casa,
su apoyo materno y su derecho a ser niños, sin contar con que el padre
pertenecía a la marina japonesa, con las consecuencias históricas que ello
conlleva. Del mismo modo, en ese tiempo los niños ya se ganan mi respeto. Ambos,
especialmente Setsuko, mantienen una actitud fuera de lo común en los tiempos
actuales; reconozco que me sorprendió la madurez con la que los dos hermanos se
tomaron aquella situación, aunque Setsuko acabara llorando, como es evidente en
un niño en una ocasión como aquella.
No hay que olvidar que, ante todo, ninguno de los dos era
mayor de edad. Dado que no tenían a nadie al cargo, viajaron a casa de una tía
suya con tal de, al menos, tener una casa, lo que se convirtió en una escena
tras otra de represión contra ellos: era evidente el trato de carga que
recibían por parte de su tía, que ya cuidaba a dos personas que trabajaban por
su país, según ella.
El resto de la película expone la dura vida por la que Seita
debe optar para que su hermana pueda ser un poco libre como niña, dejando la
seguridad a parches de una casa que no les quiere para adentrarse en la crudeza
de vivir a cargo de una niña por medios escasos en un lugar no apto para una
estancia prolongada, con un final que, si con la primera escena no queda clara,
es simplemente trágico.
El momento que más me
ha llamado la atención es, sin duda, las escenas del enjambre de luciérnagas,
tanto en la que se convierten en la representación del relato de Seita como la
dura verdad detrás de unas palabras de Setsuko, reconociendo que conoce la
situación de su madre y pregunta, con total sinceridad, por qué las luciérnagas
viven tan poco.

Por último quiero
recalcar que la película se basa en una novela de carácter biográfico, si bien
no totalmente exacto, y más duro que el largometraje en sí. Hotaru no Haka, la
tumba de las luciérnagas, es a la par una enseñanza de vida para los que no
hemos sufrido por algo así y un asedio al sentimiento de ternura fraternal
inherente a aquellas personas capaces de empatizar con ellos, escenificado con
un estilo de dibujo que ya no se practica pero que, por medio de gestos
faciales un tanto extravagantes de la época de los ochenta, es capaz de
transmitir fielmente lo que el autor podría haber sentido en su análogo real.
KOSU MADE
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