martes, 17 de abril de 2018

LA VIDA ES LA GUERRA DEL HUMANO. ESPECIAL ISAO TAKAHATA, UN VISTAZO A LA TUMBA DE LAS LUCIÉRNAGAS.


El cinco de este mes falleció, a sus ochenta y dos años, Isao Takahata, uno de los cofundadores de Estudio Ghibli, debido a un cáncer de pulmón. Treinta años después de su gran debut en esta colaboración, desde Gen DB queremos rendirle un poco de culto hablando de su primera película y éxito en Japón como parte de este estudio, la tumba de las luciérnagas, nativamente llamada Hotaru no Haka, filme que se estrenó al mismo tiempo que mi vecino Totoro el 16 de abril de 1988, que estaba dirigida hacia los niños. Si bien es una película muy dura, la idea original pertenece a Akiyuki Nosaka, un novelista japonés fallecido en diciembre de 2015, al que también debería atribuírsele este pequeño espacio, que quería plasmar sus vivencias durante la Segunda Guerra Mundial, y que fue llevada a la gran pantalla dirigida por nuestro homenajeado.

Seita, el joven que hará de protagonista durante toda la película, comienza su historia en un estado avanzado de inanición. Durante sus últimos momentos, le es arrebatada una lata de caramelos que llevaba guardada, un detalle significativo en el transcurso del largometraje. La lata, lanzada al pasto cerca de la estación en la que descansa, levanta una tormenta de luciérnagas bajo la que florece la figura de una niña, a la que se une una representación del muchacho con una sonrisa al amparo de la bioluminiscencia ambarina de los insectos. Entonces le devuelve la lata, renovada de los achaques del tiempo, a su hermana, y salen de escena cogidos de la mano, dando a entender la verdad evidente del momento.


La tumba de las luciérnagas está ambientada en Kobe, una ciudad japonesa bombardeada durante la Segunda Guerra Mundial por Estados Unidos con una lluvia incendiaria, una de las primeras escenas de la película, en la que Seita carga con su hermana pequeña, Setsuko, para dirigirse al refugio antiaéreo, corriendo distinta suerte que su madre.

En menos de veinte minutos, estos dos niños pierden su casa, su apoyo materno y su derecho a ser niños, sin contar con que el padre pertenecía a la marina japonesa, con las consecuencias históricas que ello conlleva. Del mismo modo, en ese tiempo los niños ya se ganan mi respeto. Ambos, especialmente Setsuko, mantienen una actitud fuera de lo común en los tiempos actuales; reconozco que me sorprendió la madurez con la que los dos hermanos se tomaron aquella situación, aunque Setsuko acabara llorando, como es evidente en un niño en una ocasión como aquella.

No hay que olvidar que, ante todo, ninguno de los dos era mayor de edad. Dado que no tenían a nadie al cargo, viajaron a casa de una tía suya con tal de, al menos, tener una casa, lo que se convirtió en una escena tras otra de represión contra ellos: era evidente el trato de carga que recibían por parte de su tía, que ya cuidaba a dos personas que trabajaban por su país, según ella.

El resto de la película expone la dura vida por la que Seita debe optar para que su hermana pueda ser un poco libre como niña, dejando la seguridad a parches de una casa que no les quiere para adentrarse en la crudeza de vivir a cargo de una niña por medios escasos en un lugar no apto para una estancia prolongada, con un final que, si con la primera escena no queda clara, es simplemente trágico.

El momento que más me ha llamado la atención es, sin duda, las escenas del enjambre de luciérnagas, tanto en la que se convierten en la representación del relato de Seita como la dura verdad detrás de unas palabras de Setsuko, reconociendo que conoce la situación de su madre y pregunta, con total sinceridad, por qué las luciérnagas viven tan poco.

Como libre interpretación, aquella pregunta diría que trata de pedirle a su hermano respuestas, tal como por qué su madre vivió tan poco y, tal como con las luciérnagas, por qué no pudo despedirse. Quizás una guía en tiempos oscuros, quizás un consuelo, tal vez un sentimiento de que no están solos, pero sí un duro mensaje acerca de lo cruel que es una guerra, no solo en el frente, sino también fuera del conflicto directo, que las luciérnagas no pueden solucionar más que como un idealizado consuelo de belleza tintineante.
Por último quiero recalcar que la película se basa en una novela de carácter biográfico, si bien no totalmente exacto, y más duro que el largometraje en sí. Hotaru no Haka, la tumba de las luciérnagas, es a la par una enseñanza de vida para los que no hemos sufrido por algo así y un asedio al sentimiento de ternura fraternal inherente a aquellas personas capaces de empatizar con ellos, escenificado con un estilo de dibujo que ya no se practica pero que, por medio de gestos faciales un tanto extravagantes de la época de los ochenta, es capaz de transmitir fielmente lo que el autor podría haber sentido en su análogo real.

KOSU MADE

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